Tengo por regla general no bucear solo. Es una norma básica de seguridad. Pero esa mañana todos estaban zombis. La fiesta de anoche fue brutal, y por lo visto, no sobrevivió ninguno. Todos estaban en sus bungalows descansando, incluso podía oír algún que otro gemido de dolor. Los daikiris atacan directamente a las neuronas. La vista del océano Índico desde la puerta de mi choza me impulsaba a ir hacia él y es lo que hice. Nada mas entrar en las cristalinas aguas noté que algo me rozó la espalda. El nerviosismo por que hubiera algún tiburón se apoderó de mí, me volví rápidamente y pude ver como se alejaba. No distinguí que animal era, solo vi su silueta difuminarse con el color del mar profundo. Al principio me imaginé que era un delfín juguetón que me gastó una broma. Pensativo mirando al infinito del mar, sin sentir la gravedad, me quedé paralizado. Volvía y no solo. Una decena de puntos oscuros se acercaban en la lejanía. Más cerca los pude distinguir mejor. No eran delfines ni cualquier otro pez pelágico. Como venían hacía mí, sólo podía distinguir su parte delantera. ¡eran mujeres! Mujeres desnudas que venían hacia mí con los brazos extendidos. En sus movimientos natatorios pude comprobar que no tenían piernas, llevaban una especie de vestido plateado terminado en aletas, como si tuvieran un disfraz de sirena. Competían entre ellas como si de una carrera a muerte se tratara. Había empujones y arañazos. Un frenezí orgiástico se dirigía hacia mí. Que podía hacer sino dejarme llevar por la vorágine amatoría que me esperaba...
Mariam, la Reina madre, hizo que todas sus hijas la rodearan después del banquete. Diciéndoles las siguientes palabras:
-¿Habéis repartido bien la pieza? No quiero que ninguna se quede con hambre. Ya sabéis que no podemos cazar de nuevo en esta zona. Estaremos dos días más por aquí antes de volver a la nave. Y luego nos queda un largo viaje hasta nuestro planeta. Disfrutad del agua jovencitas.
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